Existe una fundamental diferencia entre las sociedades occidentales y las orientales, una que trasciende más allá de la democracia o el comunismo; es una diferencia relacionada íntimamente a la ética y la crianza. Hacia el año 551 a.c., durante la dinastía Zhou, nació Confucio, un hombre que iba a profesar una doctrina que marcaría la historia y la forma de gobernar en la China antigua (gran parte de lo que conocemos como Asia en la contemporaneidad). Entre otros conceptos, Confucio profesaba la justicia, el amor filial, la integridad, y particularmente, el amor universal o el ren.

Con el ren, Confucio se refería a un concepto de afecto, consideración, empatía, ayuda desinteresada y trato humano por igual. Considera que, para vivir, según el amor, es imperativo seguir las reglas y las normas de la sociedad. Más allá de las ideas que buscaban compartir, el amor filial (xiao) entendía una relación de padres e hijos, para cualquier relación interpersonal, maestros y discípulos, amigos, e incluso, Estado y ciudadanos. El Estado debería dar ejemplo del ren, pero también castigar y corregir con severidad los errores, como cualquier padre haría.

No nos debe extrañar que una doctrina entregada mediante el ejemplo haya sido tan popular en el devenir chino, incluso hoy en día, bajo un gobierno laico, el primero artículo de la constitución en vigor (2018) sustituye al cielo como autoridad máxima a obedecer, por la voluntad del pueblo, es decir, el partido comunista, una relación confuciana en esencia que instruye el confucionismo por ley.

Lejos de querer defender el comunismo, o hablar de sus virtudes, quiero hablar puntualmente del concepto del ren en el servicio público. Colombia vive una crisis de desconfianza institucional sin precedentes (o al menos, que yo recuerde); en el lanzamiento del código de integridad de los servidores públicos presentado por Función Pública en 2021, más del 80% de los colombianos encuestados cree que más del 50% de los servidores públicos son corruptos. Quizá, por aquella idea tan colombiana, que ha inspirado cientos de películas y chistes de “el vivo vive del bobo”. Quiero pensar que el Estado puede crear una relación recíproca de amor filial y respeto con su ciudadanía, creo que podemos creer en el bien actuar y creo que podemos fomentar el ren.

No obstante, si bien considero que un cambio cultural puede ser la clave del éxito para un resultado “definitivo”, hay que ser consciente que los cambios culturales tardan décadas que quizás no tenemos. Por eso, tenemos que evaluar la pregunta, ¿se puede ganar la lucha contra la corrupción? Y para darle respuesta, deberíamos antes preguntarnos: ¿qué es ganar? ¿Cómo medimos el éxito de nuestra lucha? Aunque existen índices de transparencia, como el de ‘Transparencia por Colombia’ del Capítulo de Transparencia Internacional (Unión Europea y Universidad de la Salle) ante esas preguntas, creo que la respuesta más pragmática, suele ser ambigua: todo depende. Si el objetivo es llegar a un sistema impoluto, siempre perderemos la lucha, sería desconocer las probabilidades y afrentar a las estadísticas, sin embargo, creo que la lucha contra la corrupción es paulatina y llena de pequeñas victorias.

La estrategia de crear una configuración ética en el servicio público, del ren, puede y debe, estar acompañada de otras tantas herramientas que tenemos a nuestro alcance para maximizar su eficacia. La primera, y mi favorita, es mejorar la eficiencia, la eficacia y la apertura de la administración pública. Trabajar arduamente en un Estado que recupere la confianza en el servicio público, un Estado que fomente el gobierno abierto.

En este último, me enfrento a una dicotomía,  me cuesta pensar en estrategias que, de cierta forma, no fomenten el paternalismo estatal, y no en el sentido confuciano de amor filial que he mencionado, sino en el sentido que menosprecia la perspicacia del ciudadano. En Colombia, tenemos tantas dificultades y desigualdades de acceso e interpretación de la información, que cualquier política que formulemos, debe de cierta forma, ejercer cierto grado de paternalismo para garantizar una óptima difusión.

Continuando, creo que establecer bases para un servicio civil ético y receptivo basado en el mérito, ha sido un tema urgente y bastante esquivo en el devenir colombiano. El clientelismo, aunque no es propiamente una forma de corrupción, hace parte de ese conjunto de factores que favorecen la apropiación de recursos públicos. La percepción ciudadana entiende el clientelismo como corrupto y debe ser nuestro deber establecer las bases éticas y meritorias para el servicio civil.

Para finalizar, la justicia confuciana, el yi, hace parte de reforzar el control y las auditorías internas y externas. En Colombia, como mencioné antes, vivimos una crisis de legitimidad institucional sin precedentes en décadas. La ciudadanía percibe que los órganos de control están cooptados por el gobierno de turno, por lo cual no solo representa el poder ejecutivo, sino el poder judicial; las personas creen que el Gobierno es juez e imputado al mismo tiempo. Necesitamos mejorar la credibilidad y la percepción de nuestros órganos de control y su autonomía, pero también dar garantías e incentivar la veeduría ciudadana. Debemos castigar la persecución de los veedores y fomentar los datos abiertos como el Estado.

Si bien creo que, como país necesitamos un cambio cultural, es nuestro menester como gerentes públicos implementar un plan de acción alineado con la transparencia, pero sobre todo, con el bienestar como comunidad. El servicio público y el ren están íntimamente ligados.

Referencias:

  • Integridad para el buen gobierno en América Latina y el Caribe. OCDE (2018)
  • Confucio, textos seleccionados. Alianza Editorial (2018)

Andrés Felipe Oviedo

Gestión Cultural e Innovación en Política Pública